lunes, julio 31, 2006

SUSURRO A NERÓN: imperios ardidos y música en la colina

LA CARNADA: Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, / ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, / ni quien abra los linos del reposo, / ni quien llore por las heridas de los elegantes./ No hay más que un millón de herreros / forjando cadenas para los niños que han de venir. / No hay más que un millón de carpinteros / que hacen ataúdes sin cruz. / No hay más que un gentío de lamentos / que se abren las ropas en espera de la bala. / El hombre que desprecia la paloma debía hablar, / debía gritar desnudo entre las columnas, / y ponerse una inyección para adquirir la lepra / y llorar un llanto tan terrible / que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. / Pero el hombre vestido de blanco / ignora el misterio de la espiga, / ignora el gemido de la parturienta, / ignora que Cristo puede dar agua todavía, / ignora que la moneda quema el beso de prodigio / y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán. Fragmento de “Grito a Roma”, de Federico García Lorca.
EL PLOMO:
La prudencia como dosis, como regla inmanente a la experimentación: inyecciones de prudencia. Habría, pues, que hacer lo siguiente: instalarse en un estrato, experimentar las posibilidades que nos ofrece, buscar en él un lugar favorable, los eventuales movimientos de desterritorialización, las posibles líneas de fuga, experimentarlas, asegurar aquí y allá conjunciones de flujo, intentar segmento por segmento continuums de intensidades, tener siempre un pequeño fragmento de una nueva tierra. Deleuze & Guattari, Mil mesetas


Especialmente por la torpeza de todos mis otros espacios de formación, la mejor manera que tengo para elegir la mayoría de mis perspectivas es terriblemente literaria (con las ya evidentes intoxicaciones filosóficas postestructuralistas). He empezado a creer (cándidamente, quizás) que somos víctimas de un continuum histórico porque dos o tres personas claves en la mitad colectiva de la Historia no le han dado el valor adecuado a uno que otro verso, a uno que otro relato, (pongámoslo antropológicamente fácil) a uno que otro mito.
En mi mitad individual de la Historia (con cada cual en la suya armamos la mitad colectiva) consigo una prueba que me permite creer mi argumento. Es un ingenuo atisbo poético: “Grito a Roma” de Federico García Lorca, un texto que hace poco revisité accidentalmente y empezó a hacerme orbitar la idea de un emperador más próximo y fatal (precisamente por próximo). Los versos que alcahuetean mi posiblemente torpe visión contemporánea los escribió FGL desde la Torre Chrysler en Nueva York… las conexiones, a estas bélicas alturas, son sencillas e inmediatas: Nerón.
En el clásico Vida de los doce Césares de Suetonio dice que Nerón no era un tipo precisamente alto, tenía el cuerpo lleno de manchas y maloliente, el cabello tirando a rubio, ojos azules, un rostro que no era atractivo pero tampoco cabía en lo feo, vientre prominente y abultado y piernas delgadas. Por lo visto, salvo las manchas y el mal olor, los dibujos animados y la industria cinematográfica nos han mostrado un Nerón muy cercano a las crónicas de Suetonio.
[Esto puede aburrir a muchos, así que hagamos de esta fase referencial algo rápido. Su llegada al poder es, digamos, típica de su época: a los diez años tenía pocas posibilidades de llegar al trono que ocupaba Claudio, un emperador que generaba pocas quejas administrativas y era esposo de Valeria Mesalina. Clauido tuvo dos hijos: Germánico y Octavia. El asunto es que la madre de Nerón, una sobrina de Valeria Mesalina llamada Agripinila, se movió lo suficientemente bien como para convertirse en la cuarta esposa de Claudio y sustituir a su tía. Con los debidos trámites de adopción (salvando los laureles de la burocracia de la época) el 25 de febrero del año 50 Lucio se convirtió en Nerón Claudio César Druso, hijo de Claudio. Por ser mayor que Germánico (que ahora se hacía llamar Británico), Nerón era el heredero oficial del imperium. ¿Qué le sigue a esta historia para cumplir los requerimientos clásicos? ¡Pues el asesinato de Claudio! Así Nerón llegó al poder gracias a las hábiles maniobras de su madre.
Nerón tuvo en Séneca su gran maestro. Sus primeros cinco años como emperador tenían muy buena cara, tanta que emitieron una serie de monedas para celebrar el quinquennium Neronis. Ante cierta incompetencia del joven césar, las decisiones importantes eran tomadas por cabezas más capaces: su madre, Séneca o el prefecto Sexto Afranio Burro (para la Historia, Burro a secas). El asunto es que después Nerón dejó de oír a Séneca y a su madre (matándolos) y empezó a escuchar mucho más a su lira. Su política exterior adoleció de guerras, con sólo dos invasiones a Armenia. Pero su falta de temple provocó una rebelión en las provincias que impuso a Galba como el nuevo emperador, luego de que un enloquecido Nerón se suicidara: esto le puso término a la poderosa dinastía Julia-Claudia en la historia del Imperio Romano.
Cierto, falta algo: el incendio que destruyó Roma. Pues, al parecer, no fue culpa de Nerón sino de unos cristianos que aprovecharon la falta de gobierno y estaban cerca del Circo Máximo con lo suficiente como para generar tamaña audacia piromaniaca. Nerón, según las últimas versiones, estaba de vacaciones en Anzio, pero como el incendio estuvo achicharrando al imperio durante una semana le dio tiempo de verlo al llegar. Lo que no parece un rumor histórico es que Nerón había tocado la lira y cantado desde la cumbre del Quirinal mientras la ciudad se volvía cenizas. Pero ya basta de historia romana, que no nos toca…]
La mención de Nerón y de “Grito a Roma” creo que establece evidencias contemporáneas. Uno de los comentarios que más he utilizado al escribir acerca de órdenes y desórdenes es que la palabra “mundo” es el devenir de “mundus”, que significa orden. Los imperios han sido, históricamente, una figura necesaria al proponer una idea de rigor ordenado que estimula el hacer cultura (por supuesto luego de someter "amablemente" a los otros para incorporarlos a su orden). No hay nada que proponga de mejor manera la continuidad de un régimen que los lapsos faraónicos. El asunto es que siempre está allí un ente geopolítico capaz de exhibir al resto del mundo conocido su poder religioso, político y militar, teniendo siempre un período con apetito territorial que logra sumar tierras vecinas, un período colonizador que sirve para exportar su punto de vista (su mundus), un período de mantenimiento en el cual el imperio se convierte en policía del mundo, hasta llegar a una debacle que suele estar próxima a una breve temporada de excesos. Incluso, cada imperio tiene una temporada en la cual es considerado un "asistente benévolo", un cariñoso hermano mayor, un padre que vigila lo que le conviene a sus colonias. Basta revisar la historia humana y saber del reino (mítico o histórico) de Uruk, de la maravilla Helénica de Grecia, de las dinastías chinas, de nuestros regímenes imperiales Maya, Inca y Azteca, de la España de la Conquista en la cual nunca se ponía el Sol, de la ciudad de Pietrópolis fundada en Brasil para mudar al imperio portugués a espacios impensables, el imperio AstroHúngaro revivido geográficamente por un Hittler poderoso cuya mano alcanzaba hasta Italia, la República Francesa, el Antiguo Egipto, el Reino Unido bretón y, repitamos, el Imperio Romano.
Todos los imperios caídos han sido víctimas de una mano excesiva que ha tomado por momentos el mando y ha malentendido la tradición de poderes con los cuales ese imperio ha mantenido la sartén tomada por el mango. La distancia en la cual un Emperador pueda excederse es directamente proporcional a la cercanía de la debacle. Nerón significó el fin de una de las más arraigadas hegemonías en la historia humana, los Julio-Claudio, y el incendio de Roma puso en evidencia que una pequeña guerrilla de hombres barbudos y de origen ajeno al imperio, hermanados en una misma esperanza (política y religiosa, en este y en muchos otros casos) pueden hacer quedar en completo ridículo a un emperador que –completamente distante del barullo, de los cuerpos quemados y del desastre urbano– parece estar canturreando demenciales versos, en lugar de "gritar desnudo entre las columnas”, avergonzado de su mala mano.
¿Pero qué determina el exceso? Creo que una completa ausencia de prudencia… un vacío imprudente… una minusvalía de consciencia. Así como el Imperio Romano que Uderzo ridiculiza con los personajes de su historieta Astérix, los Imperios deben considerar las particularidades culturales y hasta la posible locura de sus colonias mucho antes de intentar enfrentamientos desmedidos… pero lo fundamental es tener un excelente pretexto para invadir. Un texto de Milan Kundera expone su visión de la entrada de los rusos en su país como un gesto terriblemente bizarro del tipo “Pobres checoeslovacos, no saben lo mucho que los queremos. Debemos incluso matarlos e invadirlos para que sepan lo mucho que los queremos y entiendan que esto lo hacemos por su bien”. Incluso, esa suerte de cariño trastocado que pone Kundera en la boca de los rusos es mejor pretexto que una cadenita de mentiras que intentan taparse unas a las otras.
El imperio que a mí generación le está tocando vivir tiene la aburrida estructura de lo unipolar. Hace algunos meses escuchaba con ajena nostalgia las anécdotas de mi abuelo y de mi suegro, comiéndome el alma una extraña envidia de alguien que incluso añora tiempos épicos de bipolarizacón mundial, de banderas con estrellas y banderas rojas, de canallas como McCarthy que dividían al mundo entre buenos y comunistas, de franquismo abigarrado versus rojos que morían de pie. Pero todo lo define un desastre, todo lo acaba definiendo un exceso. Cierto que ya la bipolarización no tiene que ver con que algunos van a misa y otros leen a Marx, o que los misiles de unos están puestos en Cuba y los de los otros apuntan al Kremlin. Algo tan complicado sería completamente ajeno a nuestro tiempo de feroz sencillez: la vaina es que ahora el Imperio deja ver sus costuras; lo que termina de molestar es un silencio cómplice y las bocas repletas de sutilezas. El imperio que nos tocó no tiene la sonrisa bizarra de los rusos que se quejaba Kundera, ni Líbano es un pueblito de las Galias con un druida que prepara pociones mágicas para enfrentar a los centuriones del César. Lo que sí es un poco más creíble es que la guerra se haga por un dios, “for a God”, sólo que se hace evidente que es el que tipográfica y topográficamente es invocado en el reverso de los billetes de un dólar.
El nuevo Nerón tiene, incluso, un escenario de columnas blancas desde donde despacha. Sabemos –como la antigua Roma– que los imperios no suelen ejecutar batallas en su patio: la guerra es el único deporte en el cual conviene jugar de visitante. Si hacemos un repaso con ojos iraquíes, el paso del poder del Imperio sigue siendo hegemónico y tanto Nerón padre como el nuevo Nerón se fascinan con el mismo incendio. Continuando con la tradición familiar, Bush asistió a la Phillips Academy en Andover, Massachussets y siguió los pasos de su padre en Yale, ingresando a la sociedad secreta Skull & Bones. Pero la hegemonía Bush en Estados Unidos ha sido un claro derroche de torpezas, teniendo en Bush Jr. el mejor ejecutor de papelones de los 43 presidentes que lleva “la unión”. Lástima que las consecuencias de sus errores no puedan quedarse en las risas que producen Letterman y Leno en sus talk-shows: anteayer me enteré que de los 56 muertos del día en Líbano, 34 eran niños.
Es más que lúcido García Lorca cuando escribe que “El hombre que desprecia la paloma debía hablar,/debía gritar desnudo entre las columnas,/y ponerse una inyección para adquirir la lepra/y llorar un llanto tan terrible/que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante”. Incluso, como Nerón, Bush Jr. es irresponsable con sus súbditos: más allá del gesto de ponerse su chaqueta de aviador y visitar por dos horas a los soldados que exponen el pellejo en Bagdad, por ejemplo, sería grato ver a Mr. Bush envalentonarse como los presidentes de EE.UU. que pone Hollywood en películas taquilleras a echarle pichón y fajarse como un hombrecito. “Pero el hombre vestido de blanco/ignora el misterio de la espiga,/ignora el gemido de la parturienta,/ignora que Cristo puede dar agua todavía,/ignora que la moneda quema el beso de prodigio/y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán”.
Si los estadounidenses padecen de algo es del mezclote terrible que tienen entre la idea de la cultura y la historia política. Muchos de los símbolos que deberían tener un carácter patrio se han convertido en productos culturales de masa: Cher cantando el himno nacional (mañana Paula Abdul), Britney enfundada en un leotardo con la bandera y la hermandad entre todos los estados de la unión para celebrar el 4 de julio. Cuesta atisbar en su idiosincrasia otro plato típico que no sea “Exportadores de Libertad”, alguna cancioncilla común entre ellos más allá de la que inicia cada partido de pelota, u alguna otra manifestación folclórica que no se reduzca a espacios visiblemente abandonados de gobierno (Armstrong et Dizzy dixit). Es posible tropezarse con la idea de que su equivalente a nuestros Diablos de Yare son los Yankees de Nueva York (tanto el equipo de béisbol como la patota patriótica de la Guerra Civil… Go Yankees!), que nuestro pabellón tiene su contraparte en la primera enmienda de su constitución, y que María Lionza tiene su traducción angloparlante en Pocahontas, señora de Smith. Pero son males propios del Imperio, de todos los imperios… es producto del apetito territorial que termina haciendo coterráneos a personas distanciadas culturalmente: es la consecuencia del “de costa a costa” a toda costa (y aún así México tiene esa hermandad tan bella con la muerte, lo azteca, el chile poblano y la extendida tortilla. Antiguo Imperio Azteca, “pobre México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, dicen).

Pero nada es más evidente prueba de debacle que el silencio imperial. Hace semanas Israel emprendió un genocidio en el Líbano y ha arremetido con fiereza contra un pueblo que carece de un potencial bélico que permita equiparar la locura de Sión. Las tropas del “policía del mundo” están distraídas en Irak buscando al menos un paquete de dátiles infectado para alegar que las armas de destrucción masiva ameritaban su entrada (y su permanencia) en la antigua Babilonia. Uno hace memoria y repasa las recientes Haití, Afganistán y la Alemania de 1944 y se figura a los marines asistiendo raudos a todo evento en donde fuera requerida la S enmarcada de Supermán.
Ni hablar de la aparente parálisis de los cascos azules, tan dados a instalarse velozmente en cualquier pelea de ascensor que se arme en América Latina. El asunto es ponerse a pensar en lo rápido que se armó el Waterloo napoleónico y el Watergate del Nixon canalla… pero está Bush con el water hasta el cuello y nadie chista desde un curul (un curul cualquiera: del senado, de Onu, de Fox News… de donde sea), aunque muchos puedan bajar por Emule® la versión digital de Nikita Kruschev tronando su zapato en tiempo de rocanrol, el discurso de “la Historia me absolverá” y hasta versiones en PDF de los documentos de McCarthy y el KuKuxKlan. Aún así, todos se distraen… silencio imperial. ¿Cuál habrá sido el error de Nixon para que le vieran tan rápido las costuras? ¿Será ponerse en contra a los medios de pico sutil? Esos mismos que traducen genocidio como “crisis”, prisioneros de guerra como “soldados secuestrados” y a una guerra cruenta la bautizan como “coyuntura histórica”. Más vil es la reacción de la supuesta oposición estadounidense, más calladita aún. Lo único que logra es que en la entrega del Oscar dos o tres premiados hablen mal de la guerra y salven su reputación en transmisión diferida. Nadie quiere la guerra, todos afirman que Bush se equivoca, pero aún así le dejan tiempo suficiente para invadir dos o tres cositas más hasta enero del 2009. Mientras tanto, Michael Moore no pasa de ser un éxito de taquilla y Jhon Kerry, otrora candidato opositor a Bush, no capitaliza la idea universal de la Paz... ni siquiera como estrategia política. Quizás le habrá mandado un breve correo electrónico al pasajero del Air Force One para decirle "Jorgito, ahora sí que te pasaste", pero nadie conoce a nadie y los que deben hacer nada hacen cuando los niños del Líbano practican su puntería para devenir soldados mucho antes de la llegada juvenil del acné.
Nerón –el original, el del año 54 d.C.– no tenía desmedidos apetitos bélicos, sus excesos eran otros. Incluso, muchos adjudican su fracaso a estar más pendiente de sus experimentos sexuales y musicales que de la expansión de la gloriosa Roma. Muchos estarán de acuerdo con que Bill Clinton parecía menos nocivo y nunca dejó de tocar a su saxofón y a sus becarias. Aún así, cuánta falta le hace a Bush Jr. parecerse a Nerón por el lado que escogió Clinton antes que por la mueca completamente desquiciada de un emperador canturreando mientras debajo de él todo arde en llamas. De pronto es oportuno que alguna odalisca (mejor si es una hieródula) se le acerque y distraiga sus laureles con un susurro a Nerón, a falta de Gritos a Roma.